Resultados inquetantes que nos hacen preguntar sobre la conveniencia de mantener nuestra vida online.
Recientemente, la Universidad de Copenhague realizó una investigación para indagar cómo se sienten las personas al dejar de utilizar Facebook. En total participaron 1095 personas y se le pidió a la mitad de ellas que continuara con sus hábitos de Facebook, mientras que la otra mitad dejó de usar la red social por una semana.
Los resultados: las personas que dejaron de usar Facebook se sintieron mejor consigo mismas, a diferencia de las que continuaron con sus actividades habituales en la red.
Morten Tromholt, quien realizó el informe de esta investigación, menciona que “los usos predominantes de Facebook -como un medio para comunicarse y obtener información sobre otros a manera de pasatiempo- están afectando negativamente nuestro bienestar en varias dimensiones".
La muestra de población del experimento estaba conformada por un 86% de mujeres distribuidas por toda Dinamarca, con una edad media de 34 años y con un promedio de 350 amigos en Facebook. Durante la semana de abstinencia, el 13% de los participantes admitió usar Facebook, ya sea por una emergencia o por “accidente”.
Al final de la prueba, los usuarios de Facebook calificaron su satisfacción de vida como un 7.74 en promedio, en una escala de 10, mientras que quienes dejaron de ser usuarios la calificaron como 8.11 en promedio.
Aunque el estudio no explica por qué mejoró el bienestar de las personas ni bajo qué parámetros se puede calificar subjetiva y numéricamente el “bienestar”, o por qué más del 80% estaba conformado por mujeres, el sentido común nos muestra que las actividades compulsivas, ya sea la televisión, una red social, las compras o cualquier otra similar, propician que el pensamiento ansioso y divagante se dispare.
Empezamos a confundir la representación de algo o alguien con la cosa o la persona en sí, confundimos a nuestros amigos de Facebook con las personas (y toda su complejidad) que están más allá de la enésima foto en la Torre Eiffel o detrás del filtro de Instagram y empezamos a interpretar la realidad a través de nuestra percepción subjetiva de esas imágenes. Lo mismo pasa con nosotros mismos: confundimos el número de “me gusta” con la interacción significativa con otras personas. Sin embargo, el problema no es la tecnología en sí: el problema surge cuando dejamos de usar la tecnología y ésta empieza a usarnos a nosotros.