Recientemente
asistí al cine junto con un par de colegas a ver la última película de Schwarzenegger El último desafío. Al igual que un amplio espectro de jóvenes que están remotamente
cerca de nuestro grupo demográfico, hicimos lo que cualquiera en nuestra
situación haría: antes de la película nos dimos un toque.
“Es
hidropónica de Cali, está muy correcta”, exclama uno de ellos cuando enciendo
la pipa de vidrio en la intimidad del carro mientras que suena “Danger
Zone”, el tema de Top Gun. No sabía si por “Cali” se refería a que
la mota era de calidad o de California. Pero resultó ser de las dos.
El amigo
de un amigo viajó a Los Ángeles y regresó con muestras de hidropónica que al
llegar a mis manos ya había perdido su nombre. Kush, sativa, índica… nunca lo
supe. La “hidropónica de Cali”, al parecer dejó su nombre en un dispensario de
cannabis en California.
Qué un jalón aquí, un toque por allá. Señor Toque, mucho gusto. “Kenny Loggins, Zona de peligro”,
me dice al oído ChobetoSalguer la voz de la radio femenina en su turno, mientras exhalo
la fresca nube sabor a fin de semana.
Diez
minutos para que empiece la película. Y de toque en toque y de la mano de Don Toque llegamos los tres
al mostrador del complejo cinematográfico. Algo que escapa de mi control cuando
me encuentro bajo los efectos de psicoactivos son las transacciones monetarias.
Me parecen eternamente aterradoras.
Y ahí
estamos, tres adultos comportándose como simios tratando de comprender el
monolito de 2001: Odisea del espacio en que se ha convertido la
acción de pagar tres faciles entradas generales; el muchacho que atiende el mostrador
se ríe contenidamente de nuestra desventura, casi en complicidad. Y es ahí que
uno de mis acompañantes ve en esa situación una válvula de escape; con una mezcla entre cinismo, sinceridad (que ya quisieran muchos políticos) y fraternidad, exclama, “Perdón, es que estamos bien pachecos”. En ese momento reímos
nerviosamente, hasta que el cajero repite la palabra “estamos”, a lo que en un segundo estalla la
carcajada colectiva.
Estamos pachecos
Era
obvio. Tienes veintitantos años y trabajas atendiendo un cine a las nueve de la
noche del Sabado; claro que estás pacheco!! o debes estar pacheco!!
Hacía años que no me ponía tan pedo. Supongo que ya estaba
acostumbrado a fumar la típica mota oaxaqueña que fácilmente se consigue en la
Ciudad, que no es tan fuerte pero sí muy económica, misma que dejé de
consumir cuando me vendieron un cuarto que contenía pedazos de chicharrón de
cerdo. Viva El Salvador!!.
Cuando te
das un toque fuera de casa siempre existe el temor de que te vayan a cachar, de
que el sobrio mundo exterior te mire con sus ojos blancos y te juzgue como el
criminal que eres. Pero, ¿qué tan sobrio está el mundo? ¿Qué tan sobrio está el
taxista que lleva a una señora a su clase de pilates? ¿Y el maestro que da la
clase? ¿Y la señora de la tienda? ¿Cuántos de nosotros estamos pedos?
En una encuesta Nacional a 6 mil 265 mas del 6% de personas se las
truenan. Según cifras del Centro de Integración
Juvenil, en los últimos cinco años el número de mariguanos creció 25%,
casi cinco por ciento al año. Ya quisiéramos esas cifras para el PIB.
Se estima
que en la Ciudad, cuatro de cada diez operadores de transporte público
saldrían positivos en cannabis en un examen antidoping, y que por lo menos diez
por ciento de los choferes en zonas departamentales operan o
han operado bajo los efectos de la caquita de mono.
Lo que
quiere decir que hay un monton de “criminales” rondando por las
calles de nuestro país, culpables de una atroz fechoría: el consumo de mota.
Mientras, las verdaderas drogas duras están al alcance de todos.
Es
perfectamente legal que vaya a la ferretería y me arme un arsenal de solventes,
pegamentos y pinturas, y me ponga verdaderamente como un simio. Y lo peor de
todo —como evidencian tantos mañosos en la calle— es muy fácil. ¿Por qué nos
interesa refundir en el bote al que porta una bolsa de
hierba, y no ayudar a un niño de la calle con los dedos chuecos y el cerebro
seco por la pega?
Porque si el problema es el narcotráfico, con todo gusto sembraría lo de mi consumo personal en casa si no tuviera que preocuparme de que el vecino se espante al ver mis macetas en la jaula para tender ropa que compartimos en la azotea.
Porque si el problema es el narcotráfico, con todo gusto sembraría lo de mi consumo personal en casa si no tuviera que preocuparme de que el vecino se espante al ver mis macetas en la jaula para tender ropa que compartimos en la azotea.
Bueno regresando a mi pacheques, me alegra
estar cobijado por la negrura del cine; de ninguna manera podría desenvolverme
dignamente en una situación que requiriera de interacción social directa.
No siento mis brazos.
Creo que estoy cerca de la pálida.
No siento mis brazos.
Creo que estoy cerca de la pálida.
Pálida.
1. f. coloq. Estado excesivo de
efectos canábicos que produce síntomas como sudoración, náusea, palidez,
ansiedad, paranoia y/o inmovilidad.
Antes de salir (con la excusa de al baño) porque sientes cerca el palidon. Cae el primer chiste de la comedia El Lobo de Wall Street y con eso estoy salvado, ya acomodado, la película me aleja de ese estado de ansiedad introspectiva que no sentía desde la universidad.
Estuvo cerca.....
De ahora en adelante desde aquí, todo es placidez.
Me
pregunto cómo sería mi relación con la marihuana si su consumo estuviera
permitido en el país como en Colorado, si no tuviera ese sabor clandestino y
adolescente de disfrutar de algo prohibido.
En
Estados Unidos, los dispensarios son lugares en los que se puede consumir sin
la incertidumbre de estar comprando un producto adulterado, de baja calidad o
“lleno de sangre” como dicen algunos. Inaudito. Los estadounidenses están
encontrando la manera de estandarizar una práctica que sucede en todo el mundo
aunque no esté amparada por la ley, cuidando la salud del consumidor y haciendo
enormes cantidades de dinero en el proceso. ¿Cómo es que le copiamos a los
gringos tantas reformas fallidas y no esta medida que tan exitosamente está floreciendo
en Colorado, Washington, California y Alaska? Qué insensatez. Qué falta de
criterio.
¿Acaso estamos pachecos?
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